10.10.07

La Mirada del Muerto



La mirada es un encuentro, un en-medio que se convierte en comienzo de algo más, la posibilidad de encontrar en ese Otro lo que también hay en mí; lo que en mí no encuentro. La mirada de un muerto es ya un quiebre en el comienzo del encuentro: una de las partes está ausente. Sólo lo que ha muerto del cuerpo nos mira sin mirarnos. Por lo tanto, no queda otra posibilidad que intentar completar la parte que le corresponde a ese Otro que ya no es, que ya no está como tal, sino como residuo de sí. Tarea imposible. Cualquiera sea el resultado, no será un encuentro sino el remiendo de una posibilidad fracturada del encuentro. ¿Qué nos dicen los ojos del muerto? No dicen nada, más que lo queramos suponer, imaginar, construir, recordar. El muerto nos entrega su mirada para que nosotros sigamos mirando aquello que él ya no podrá hacer experiencia. La carga en el devenir heraldos de una mirada que está más allá de toda mirada, de todo encuentro, es angustiante. Nos falta el Otro que nos de el sentido de todo aquello. Se trata de superar esa angustia que nos congela, que nos aprieta aprisionándonos, buscando nuevos encuentros, siempre incompletos, a menudo truncados por la fatalidad, la cobardía, la desesperanza. En fin, el vivir. Pero esos Otros están ahí. Y nosotros estamos para algún Otro. Se trata de escapar a la mirada vidriosa como objeto sacralizado, como fuente de melancolía, de tristeza. Se trata de seguir en el camino, transformando aquellas palabras finales de Kerouac para decir(nos): pienso en Ernesto, y hasta pienso en el último Ernesto, ese amigo al que nunca encontramos, sí, pienso en Ernesto Guevara.